En los últimos años se ha puesto muy de moda poner a Tesla (1856-1943) en un altar de bondad y genialidad y destronar a Edison (1847-1931) a la categoría de ladrón de ideas y de malvado capitalista. Ni uno ni lo otro. Ni primero fue tan santo ni el segundo tan malo maloso. Sin embargo, Miguel A. Delgado no cae bajo la tentación de esta tendencia en su entretenido libro «Tesla y la conspiración de la luz», editado por Destino. No voy a hacer aquí una reseña al uso, pues ya lo hacen Mulet y Villatoro, entre otros. Estoy interesado en realizar solo un par de comentarios.
En primer lugar, insisto en la idea de que el autor no ha caído en tópicos modernos. Utiliza personajes reales para construir una historia inventada. El libro es claramente de ciencia ficción, pero con el telón de fondo de una distopía, un mundo en el que las cosas funcionan bajo la misteriosa «Red». Contar más sería caer en un acceso espoileriano. Si te gustan estos mundos que no existen y la ciencia ficción, esta es tu novela. Aunque, en realidad, se pinta una sociedad muy parecida a la nuestra, una sociedad en que solo lo convencional y establecido es útil:
«- Oh sí. A mi amada esposa le parecía ridículo que un hombre hecho y derecho dedicara tiempo a escribir relatos de… ¿Cómo llamaba Gernsback a ese género, Tesla? ¡Ah, sí! Ciencia ficción. Tenía que hacerlo a escondidas, en mi propia casa. Y lo mismo ocurría con mis otras aficiones: durante años, mi interés por los autómatas se vio reducido a la construcción de algunas pianolas y unos pocos mecanismos, de los que ni siquiera podía disfrutar porque, según Ava, mi mujer, hacía un ruido insoportable».
El segundo comentario tiene que ver con una historia relacionada con mi amigo Dani Torregrosa, autor del magnífico blog «Ese punto azul pálido» y su hija Diana. Es muy posible que en el colegio te dijeran que la radio la inventó Marconi, pero como bien señala Dani en La radio la inventó Marconi, el Tribunal Supremo de EEUU le acabó dando la patente a Tesla por esta invención (1943). Mi opinión todavía es más general, la historia de la radio está llena de nombres que han aportado ideas, si nos referimos a una radio útil para las personas de la calle, vale, Tesla. El caso es que en su libro de texto aparecía este ejercicio, y ella, como buena disidente, contestó lo que aparece:
Esta historia pareció agradar a Miguel A. Delgado, un amante de las historias bien contadas. Así que dedicó unas palabras a modo de guiño en el capítulo 32 de «Tesla y la conspiración de la luz»:
«Diana Grosstower hacía siempre los deberes a la misma hora en que su padre se sentaba ante el televisor para ver las noticias de la noche. […] Para ella, lo único que importaba era el ejercicio que tenía ante sí, y cuyo enunciado decía: «Ordena los objetos y adivina el nombre del inventor». […] Los dibujos representaban, esta vez, distintos modelos de aparatos de radio, desde uno inmenso como el de casa del abuelo hasta otros pequeños como maletines. En este caso eran siete las letras: «M», «C», «A», «O», «N», «R» e «I»».
Evidentemente los guiños en los libros no deben machacarse al 100 %, así que aquí hay más cosas escondidas que dejo en el tintero. En cualquier caso, me parece interesante el asunto: ¿debemos enseñar a nuestros menores a dudar de lo que le contamos los adultos? Desde mi punto de vista, un rotundo sí. Estamos en la línea de la anterior cita, hacer lo que no es habitual produce «ruido», molestia. Dejemos que los niños armen jaleo y el futuro será diferente.