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Pablo Herreros Ubalde no deja indiferente ante la lectura de «Yo, mono», el lector se ve obligado en múltiples ocasiones a detener su actividad y quedar con la boca abierta. Como un bobalicón. Y es que se trata de un libro ameno y con un enfoque interesante: el estudio de paralelismos entre el humano y resto de primates. Nos cuenta el autor en la introducción que el nombre del libro se toma prestado de su propio blog. Yo, mono es un blog alojado en El Mundo cuyo nombre se debe a Fernando Baeta. Por otra parte, en el sitio yomono.es puedes ver algunos textos relacionados con el libro, además de interesantes y divertidos vídeos.
Los malos líderes se imponen a la fuerza y son malos con el grupo.
El primer capítulo no puede empezar con una mejor frase, «Los primates juegan a los mismos juegos de poder que los humanos». No somos los únicos animales políticos, los chimpancés y bonobos realizan las mismas maniobras políticas propias de una vida en grupo. A lo largo de todo el libro Pablo Herreros habla experimentos para mostrar hipótesis de todo tipo. En el segundo capítulo, «Primates en el parlamento», habla del instinto cooperador de los bonobos pues, en un experimento, cuando se le ofrecía comida a uno la compartía con los demás. En esta línea, Herreros defiende la tesis de que el ser humano es cooperador por naturaleza, de hecho es lo que nos ha llevado a ser lo que somos. Es cierto que existe la corrupción, como discute en el tercer capítulo, «Corrupción en la selva», aunque no es una tendencia mayoritaria pues, de lo contrario, no habría países ni gobiernos.
Aunque existen muchos mentirosos entre los humanos, éstos son menos en número que los honrados. En la evolución de nuestra especie ha primado la sinceridad. De no ser así, hoy en día no estaríamos viviendo en sociedades tan numerosas basadas en la colaboración.
La mentira también la compartimos con otros primates, que saben esconder plátanos o fingir cojera. Ya en el capítulo cuatro profundiza en el tema que parece principal: «Monos altruistas y supercooperadores». El autor nos convence de que la cooperación y el trabajo en equipo ha sido crucial para la evolución del ser humano. Pero hay normas, como en el juego, que también presentan los pequeños primates. Incluso tu perro, pues sabe hasta qué punto puede apretar en la mordida. Si muerde más de la cuenta, el resto de perros deja de jugar con él y lo excluye. A pesar de ello, no podemos obviar la crueldad que vemos cada día en las noticias, para esto también tiene respuesta el autor. En cualquier caso, desde pequeños aprendemos a elegir con quien cooperamos y a quien ayudamos, ahí tenemos el quid de la cuestión. Esta cooperación de la que estamos hablando sería imposible sin la resolución de conflictos. Los conflictos son la clave de la cooperación, como puede leerse en el quinto capítulo, «Movida en la selva». Le sigue un capítulo dedicado al arte en los primates, pero vemos más interesante saltar a «Primates en el IBEX 35», el séptico capítulo. En este punto se vuelve a tocar el tema del liderazgo. En un correcto liderazgo el grupo cede parte de su poder al líder, es decir, se trata de un fenómeno grupal, no individual. El término usado por Carlos Herreros de las Cuevas sería «seguiderazgo», como traducción del término en inglés que define el fenómeno, followership. Pablo Herreros nos recuerda que los primates «no nos sentimos seguros ni comprometidos si trabajamos en grupos grandes». Una gran verdad, apoyada en que hemos evolucionado en comunidades pequeñas, somos capaces de cooperar y darlo todo por el que conocemos.
El capítulo ocho es, ante todo divertido, empezando por el nombre: «Sexo, drogas y Rock and Roll en la selva». Las tres cosas de las que habla el título no son propias del ser humano, dejemos de ser tan antropocéntricos. Las chimpancés tienen multiorgasmos, las monas eligen, todos los primates sufren adicción por las drogas y el alcohol, y existen muchos animales gays en la naturaleza. Incluso nos cuenta cuál es el origen de la aversión por el incesto, que no solo es social.
Trata con la cautela esperada el asunto de las neuronas espejo, en el noveno capítulo, «La inteligencia emocional de los animales». En resumen, la empatía no es propia de los seres humanos. Cierra el libro Herreros Ubalde explicando qué entiende él por «El mono de las dos caras», un capítulo de solo dos páginas que es mejor que leas, ya que las poco más de doscientas páginas de este libro son recomendables. Es un texto divulgativo al alcance de cualquiera, al más puro estilo «mono desnudo». Nos parecemos a los primates, y mucho. «Yo, mono» es una cura de humildad para muchos humanos.
Puedes seguir a Pablos Herreros Ubalde en https://twitter.com/somosprimates.
Antonio Martínez Ron (@aberron) es un maestro del titular, por sus venas corre todo un periodista experto en localizar historias sorprendentes. Son Fogonazos que no te roban más de cinco minutos y que ya superan los diez años en la blogosfera. Con motivo de este aniversario en 2013 publicó el libro «¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? Historias de bombas, astronautas y cerebros». Se trata de una obra que recopila alguna de las entradas que ha escrito en Fogonazos, Libro de Notas, Naukas y Quo.
El título de la antología lo toma prestado de un artículo que vería la luz en 2009, ¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? Aunque esta historia ya nos sorprendió en su día, no deja de abrirnos la boca de nuevo si la leemos cinco años después. Sobre todo a los que somos de memoria corta. El último artículo cierra el libro como empezó, pero no se os va a contar. Lo mejor es que lo leáis vosotros mismos. Este remate me ha parecido que le da clase al libro y te deja en el rostro una sonrisa. De hecho, cuando terminé dije en alto «¡qué bueno!», literalmente.
No solo los titulares de Antonio Martínez son excepcionales (sin duda los mejores que conozco en la red), también la introducción en cada uno de los artículos engancha desde el principio. Comienza las historias con preámbulos sobre la vida de alguna persona, para ir introduciéndonos, poco a poco, en una anécdota concreta hasta que, finalmente, nos cuenta lo que nos quería contar. Y te deja con las ganas de profundizar en los conceptos científicos, le falta decir un «¿quieres saber más?, pues investiga por tu cuenta». A esto se le llama popularización de la ciencia con todas sus palabras, pues habla de temas científicos con toda naturalidad, sin aspavientos ni ataques de arrogancia. De ahí los fogonazos, los asombros diarios.
Parece que al autor le interesan las historias de astronautas bombas, cerebros, etc. Historias extrañas, casi de películas, como salidas de la imaginación de algún tipo de genio loco de la intriga. Pero son historias reales. Y todas tienen un denominador común en la pluma de Martínez Ron: eleva la ciencia a la práctica de la vida cotidiana. Tiene varios secretos para conseguirlo (arriba se habla de los titulares y del estilo literario), pero quizás su arma más poderosa es que consigue contactar con los protagonistas de estas historias, ya sea directamente o mediante la investigación periodística. Nos lo cuenta, prácticamente, en primera persona.
Los que visitan Ciencia en el XXI saben que este es un blog racional, un lugar donde el pensamiento crítico es fundamental. Personalmente defiendo la postura crítica ante cualquier tipo de afirmación irracional que pueda hacer algún tipo de daño a la persona, ya sea física o psicológicamente. Especialmente me siento inclinado a la lucha contra las pseudociencias. Sin embargo, pienso que la mejor forma de luchar contra supercherías no es la lucha y el ataque directo, sino mediante las herramientas poderosas de la alfabetización científica, divulgación científica y la popularización de la ciencia. Igual estoy equivocado, pero mi modo de ver es alfabetizar y divulgar desde la escuela para acabar convirtiendo la ciencia en algo popular, un arma para luchar contra estupideces de todo tipo. Decirle a un mangante que es un mangante solo sirve para enfrentarnos a él. Prefiero enseñarle a la gente a mantener sus propiedades a salvo de ese mangante. Eso sí, si puede ser, el mangante a la cárcel.
En este sentido he dado un taller en dos sesiones para el Centro Regional de Formación del Profesorado de Castilla la Mancha. Muchas veces me piden las presentaciones que uso en los cursos, talleres y conferencias, pero son pocas las veces que las subo. La razón es múltiple. Fundamentalmente porque una presentación sin la voz del autor, es algo frío y con poco fundamento. Algo de más peso (nunca mejor dicho) es que suelo usar muchos vídeos en mis presentaciones. Esto eleva mucho el peso de las presentaciones e invalida la carga. He resuelto el problema incluyendo los enlaces pertinentes y qr para facilitar el seguimiento. Así que os dejo las dos sesiones. Una un poco más teórica (no demasiado) y otra con pinceladas sombre la conspiración lunar y la telepatía. Está claro que esto es para compartirlo, copiarlo y recopiarlo. Eso sí, si te ha servido, dímelo.
Por supuesto que cada docente debe adaptar los materiales a la realidad de su centro. No podemos entrar a ver los materiales con la idea de que lo tenemos todo hecho. Se trata de una propuesta. Si tal como está sirviera para todos, algo estaría mal hecho. Si lo adaptas a algún curso, nivel o asignatura concreta, por favor, compártelo.
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
Actualización 26 de febrero de 2014
Al respecto de este curso, José María Rodríguez Mataderrona escribe La conspiración lunar y la telepatía en el blog del CRFP.
Un clásico en los problemas de física de Bachillerato y primer curso universitario es rizar el rizo. Lo hemos contado en física no apto para cardíacos, así que echa un ojo si quieres ver lo sencilla que es la física de lo que hoy se conoce como hacer un loop, como bien apunta Cebollada, en su blog La física en vídeos. Precisamente es en esta página donde me encuentro un vídeo -publicitario él- en el que se muestra un atleta rizando el rizo. Realmente no es nada fácil, le hace falta adquirir más de 15 km/h. A ver quién es el guapo.
Coney Island, N. Y. 1900. Fuente: http://blogs.loc.gov/inside_adams/2012/06/the-thrill-of-physics/
En diciembre de 2013 tuve la suerte de impartir un par de charlas en el estupendo auditorio del Parque de las Ciencias de Granada. Hay una crónica muy buena sobre el evento Desgranando Ciencia escrita por Carlos Lobato, amigo de esta casa, en su blog La ciencia de la vida. Quería compartir aquí la presentación que usé en una de ellas: La conquista lunar en cifras. A alguna gente le gustó que comparase el Saturno V con la torre de observación del parque, así que aquí tenéis las cifras. Tened en cuenta que la presentación si la intervención de alguien que le dé vida pierde mucho. Pero bueno, algo podréis sacar de provecho.
Comer sin miedo (Debate, 2014) es el segundo libro de J. M. Mulet (@jmmulet). El autor despliega su buen hacer en la divulgación, a saber, dinamismo y cercanía al lector. Puede parecer que es demasiado cañero con los charlatanes, pero por desgracia este tono beligerante es muy necesario, sobre todo en una sociedad europea que se preocupa por los transgénicos y los aditivos, habida cuenta de que el pasar hambre no es su principal problema. Y así lo hace notar Mulet, con ironía y humor, a mi entender, dos herramientas básicas.
El transistor
Tal vez conozcas a William Bradford Shockley (1910-1989) como el inventor del transistor. Aunque este dato debería ser matizado. Shockley estuvo buscando un sustituto para los tubos de vacío, en concreto su idea era dar con un amplificador de silicio. Pero tras un par de años se cansó y dejó la investigación en las manos de John Bardeen y Walter Houser Brattain. Fue en diciembre de 1947 cuando Bardeen y Brattain dieron con el transistor bipolar.
Este diagrama me ha recordado a mis tiempos de estudiante. El funcionamiento interno de un transistor se explica mediante mecánica cuántica y es realmente hermoso. Fuente: http://goo.gl/E68rCW
El esperma
Lo que quizás no conozcas sea el vuelco que Shockley dio a su intereses intelectuales en los últimos años de su vida. Comenzó a interesarse por cuestiones de raza, inteligencia y eugenesia (movimiento filosófico social que defiende la manipulación humana para la mejora genética del ser humano). Calificó sus nuevas ideas como lo más importante que había hecho en toda su carrera, expresando que su objetivo no era más que «la aplicación del ingenio científico a la solución de los problemas humanos». Era un convencido al respecto, pero no es muy popular ir por los programas de televisión diciendo que se produce un efecto disgénico (véase disgenesia) al aumentar la tasa de reproducción de los menos inteligentes. A continuación podemos ver un vídeo de 1974 donde Shockley defiende su controvertido punto de vista sobre la mejora del ser humano, la raza aria de científicos.
Actualización (25 de noviembre de 2013): no recordaba que la novela de la que se habla abajo tiene su propio blog: Regalo de reyes.
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«Regalo de Reyes» es la primera novela de Jesús Zamora Bonilla, publicada en Tagus, la editorial de La Casa del libro. Se trata de un relato realmente entretenido, en el que se mantiene la tensión de manera adecuada, mezclando personajes de distintas escalas sociales de un modo magistral. Las historias de los personajes son aparentemente divergentes, pero las relaciones se van desvelando poco a poco, a su debido momento. La novela no es para nada una historia más de códices ocultos, es un texto donde se aprenden asuntos de muy diversas temáticas, entre ellas algún que otro guiño a la ciencia. Y tirón de orejas a las pseudociencias. De hecho, en un momento dado se hace referencia a un programa de televisión llamado Oráculo galáctico, se parece sospechosamente a cierto programa de misterios. Respecto a la ciencia, me quedo con dos momentos: el carbono 14 y la escala scoville. Muy recomendable, una novela repleta de inteligencia, de cultura y en la que no hay cabos sueltos. Disfrutarás.
Sinopsis en la web de La Casa del libro.
Historia de la dotación de carbono 14
Me permito citar por completo una conversación entre dos personajes de la trama. Se trata de Ernesto y su hermosa Christine. Más adelante el autor incluso recuerda que fue Willard Libby el precursor de la técnica de datación de carbono 14. Un poco de cultura general le viene bien a cualquier lector y lo convierte en una lectura que despierta la curiosidad.
–Buenos días, amor –dijo ella.
–Buenos días, princesita –dijo él, de nuevo en español.
–¿Te marchaste muy pronto?
–Qué va, hace menos de dos horas. Me quedé dormido como un tronco.
–Yo también.
–Es que el trabajo cansa mucho.
–Ayer trabajamos mucho los dos.
–Y tú además hiciste un descubrimiento muy importante.
–Claro, te descubrí a ti –proclamó la joven, ocasionando una súbita explosión de felicidad en el pecho de Ernesto, una sensación de beatitud como nunca había experimentado, y que debía de ser lo más parecido al estado en el que se encontraban permanentemente las almas de los bienaventurados en el paraíso celestial. Iba a tener razón Nicasio Lequerica sobre aquello de que había que dejarse arrastrar por la naturaleza.
–Yo sí que he descubierto algo fantástico.
–¡Y que lo digas! ¡Los principios del radiocarbono! –exclamó ella riendo y dando unos saltitos hacia adelante.
Ernesto se ruborizó súbitamente. Se dio cuenta de que recordaba a la perfección todo lo que ella le había explicado sobre el carbono catorce durante la primera tregua que habían dado a sus múltiples éxtasis de aquella noche.
–Pues me lo he aprendido muy bien. Si quieres te lo demuestro –la desafió él, mientras le daba alcance.
–Venga, cuéntamelo.
–Primero hay que saber lo que son los isótopos.
–Muy bien, ¿y qué son?
–Son cada uno de los tipos de átomos que corresponden a un mismo elemento químico, como el oxígeno, el cobre, el mercurio, etcétera. Los átomos de un elemento químico tienen todos el mismo número de protones, y así tienen la misma carga eléctrica, pero pueden tener diferente número de neutrones, y por lo tanto, pesos diferentes.
–¿Por qué?
–Porque protones y neutrones pesan lo mismo, pero los primeros tienen carga eléctrica positiva, mientras que los segundos son neutros, como indica su nombre. Así que el número de electrones (partículas con carga negativa) que tendrá un átomo en su corteza dependerá sólo del número de protones que haya en el núcleo, no del número de neutrones, y es el número de electrones el que a su vez determina las propiedades químicas del átomo, o sea, qué tipo de elemento químico es.
–¡Fabuloso! Tengo un alumno aprovechadísimo.
–Y que desea aprovecharse todavía muchísimo más de su maravillosa profesora.
–Ya veremos eso. Bueno, ¿y qué más?
–A lo que sí que afecta el número de neutrones que tiene un átomo es a su estabilidad. Algunos isótopos son más estables que otros. Los que son menos estables se desintegran a un ritmo constante, emitiendo radiaciones al hacerlo, y por eso se llaman radiactivos.
–Muy bien.
–Pasamos ahora a hablar del carbono. Un átomo de carbono tiene siempre seis protones, pero puede tener seis, siete u ocho neutrones, de modo que existen tres isótopos posibles de ese elemento químico: el carbono doce (pues tiene seis protones y seis neutrones), el carbono trece y el carbono catorce. Los dos primeros son estables, pero el tercero es inestable: cada cinco mil quinientos años, aproximadamente, se habrá desintegrado espontáneamente la mitad del carbono catorce contenido en cualquier objeto.
–Me asombra tu memoria.
–Yo lo recuerdo todo, preciosa –presumió Ernesto, y prosiguió–. Lo que sucede es que, de forma natural, en la tierra sólo hay carbono doce y carbono trece, pues el otro desaparece muy fácilmente, como se ha dicho. Ahora bien, en ese caso, ¿cómo es que existe en nuestros días alguna cantidad de carbono catorce? –se preguntó retóricamente el español, repitiendo palabra por palabra la formulación que había empleado Christine aquella noche, y hasta sus didácticos movimientos del dedo índice, mientras él reposaba la cabeza entre los espléndidos pechos desnudos de la joven–. Pues porque el carbono catorce se genera de manera continua en la atmósfera en una pequeñísima cantidad, debido al bombardeo de rayos cósmicos que golpean los átomos de nitrógeno (el principal gas que compone la atmósfera), transmutándolos en carbono. Los seres vivos absorben ese carbono radiactivo mediante la respiración y la alimentación, de manera que, de todo el carbono contenido en cada planta o animal que no haya muerto todavía, aproximadamente una diezmilmillonésima parte es carbono catorce.
–Admirable.
–Debido a que los átomos son tan minúsculos, aunque la proporción que acabamos de decir sea muy pequeña, resulta que en cada kilo de materia viva hay millones de átomos de radiocarbono, cuya tasa de desintegración puede medirse con un contador de radiactividad. Sabiendo que cada cinco mil quinientos años habrá desaparecido la mitad del carbono catorce contenido en los restos de un ser viviente, se puede calcular cuánto tiempo hace que murió, simplemente midiendo cuánta radiación emite todavía esa materia. Si emite la mitad que la misma cantidad de materia que está todavía viva o que acaba de morir, ese objeto tendrá cinco mil quinientos años de antigüedad; si emite la cuarta parte, el objeto tendrá once mil años; si emite la octava parte, es que tendrá dieciséis mil quinientos años, etc., etc. Para restos de más de cincuenta mil años de antigüedad, la cantidad de radiactividad emitida es tan pequeña que no se puede medir la edad por este procedimiento: el método sólo nos dice que es de hace por lo menos cincuenta mil años. Pero para la mayoría de los materiales orgánicos procedentes de las sociedades neolíticas o de las civilizaciones antiguas, el proceso es perfectamente adecuado.
–Me has dejado pasmada –reconoció Christine–. Con una sola explicación, y en esas circunstancias…
–Tú sí que me has dejado pasmado a mí, con todo lo que sabes, princesa. Bueno, ya estamos en las ruinas.
Escala de picor de Scoville
Al ser humano le gusta medir todo y para ello necesita unidades. Hemos llegado a tal punto que a Wilbur Scoville se le ocurrió medir el grado de pungencia o picor de un chile. La Escala Scoville es subjetiva, pero tiene su gracia medir el número de unidades scoville (SHU) de aquello que te llevas a la boca. El autor de «Regalo de Reyes» lo explica en un diálogo entre Germán y Laura, dos políticos que tenían una aventura. Aquí lo transcribimos. Atención a la frase que está en negrita, la traducimos a un lenguaje más cotidiano: hay chiles que pican tanto que para dejar de notar su picor hay que diluir un gramo en mil botellas de agua de un litro. Casi nada.
Laura Entrambasaguas contemplaba la infinita superficie del océano a través del mirador del restaurante. Al contrario que Germán, siempre había sido aficionada a las comidas exóticas, así que disfrutaba de lo lindo con aquel garudia de pescado, limón y arroz, sazonado con grandes dosis de curry. Su acompañante, por el contrario, iba tomando bocados tan pequeños como podía y remojándolos con tragos de vino, de agua y de cerveza, es decir, de cuantas bebidas encontraba a su alcance. Laura no podía evitar reírse cada vez que Germán abría la boca para calmar el picante.
–¿Pero cómo te puedes comer eso sin que te caigan chorros de sudor? –preguntaba extrañado Germán.
–Ya nos había avisado el camarero de que era un plato muy fuerte. Pero claro, tú has tenido que hacerte el gallito, como siempre…
–No había probado nada así en mi vida. Ni siquiera en Méjico.
–A mí me encanta todo lo picante. Ya sabes que eso es más de izquierdas. ¡Je, je!
–Vaya tontería.
–Por cierto, ¿has oído hablar alguna vez de la escala Scoville?
–No, ¿qué es, una ópera?
–¡Qué tonto! Es una forma de medir lo picantes que son las cosas.
–Pues este arroz debe de salirse de la escala –estimó Germán, terminando de un trago media copa de vino australiano, y añadió–. No tenía ni idea de que hubiera una manera de medirlo. ¿Cómo lo hacen? ¿Te ponen el chile en la lengua y cuentan los minutos que tardas en morirte?
–Algo parecido, pero menos cruel –dijo Laura, haciendo un gesto al camarero para que volviese a llenarles las copas.
–Bring me more water, please –suplicó Germán.
–Anda, bébete la mía. Si tampoco pica tanto. Esto debe de tener menos de diez mil scovilles.
–Bueno, explícame de una vez lo que es eso, cariño –dijo él, empezando su nueva copa de vino.
–Es una idea la mar de sencilla. Se disuelve la sustancia en agua, y mides cuántas veces tienes que disolverla para lograr que no se perciba el picor.
–¿Qué demonios quieres decir?
–Por ejemplo, tomas un gramo de un chile molido y lo echas en un litro de agua –explicó Laura, haciendo como que lo espolvorease en su propia copa–. Lo disuelves bien. Y si ya no notas el picor, pero lo habías notado cuando sólo habías echado novecientos noventa y nueve centímetros cúbicos de agua, entonces es que el chile tiene mil scovilles, o sea, hace falta diluirlo en mil veces su volumen con agua para que deje de picar.
–Fíjate lo que aprende uno –dijo Germán, sin mostrar excesivo interés.
–Se conocen variedades de chiles que tienen casi un millón de scollvilles. Eso significa que hay que diluir un gramo en un metro cúbico de agua antes de que se deje de notar el picor.
–Y lo utilizarán como instrumento de tortura, me imagino.
–Alguna vez tengo que probarlo.
–Yo te llevaré adonde quieras, y te invitaré a comer lo que te dé la gana, chatica, pero no me obligarás a compartir el suplicio contigo otra vez.
–Anda, so bobo, que no es para tanto –rió Laura dando buena cuenta de los últimos restos de pescado y arroz que quedaban en su plato.
–Yo no puedo ya con con lo mío. Me voy a pedir el postre más grande que tengan… ¡pero que no lo sirvan con curry, por favor!
–Exagerado.
Cuando terminaron de comer dieron un pequeño paseo por la sombra de las palmeras hasta otro extremo del hotel, en donde había una sala de descanso con revistas de todo el mundo y camareros siempre serviciales para llevar cafés, tes o licores. El rincón sólo estaba ocupado por una pareja mayor, de aspecto norteamericano, que no levantaron los ojos de sus periódicos cuando llegaron Laura y Germán.
Sorbiendo encantada su espectacular té con menta, mientras Germán tomaba un cubalibre con la esperanza de eliminar todos los restos de capsaicina pegados a su lengua, Laura tomó con su mano derecha la izquierda de él y la llevó hasta su propia mejilla.
–Vuelve a contarme el plan –pidió.
–¿Lo que te dije esta mañana? –preguntó Campohermoso; ella asintió ligeramente y él tomó un poco más de su bebida, notando el abundante hielo contra los labios y capturando un cubito para refrescarse el interior de la boca. Cuando terminó de tragar el hielo, tenía la lengua entumecida y no se le entendía muy bien–. Fo a dehá a poítiga.
–¿El qué? –preguntó Laura a carcajadas. Germán tomó de nuevo un trago de cubalibre para reavivarse la lengua.
–Que voy a dejar la política.
Jesús Zamora Bonilla es catedrático en la UNED y ha publicado varios ensayos. Desde 2007 mantiene el blog A bordo del Otto Neurath. Puedes seguirlo en @jzamorabonilla. Tuve la suerte de ser alumno de doctorado de Jesús Zamora Bonilla, en la asignatura Sociología de la ciencia. Digo tuve la suerte porque no es común encontrarte un profesor que te enseña algo más que su propia asignatura. Me enseñó a ser cuidadoso en la investigación bibliográfica y ya es decir mucho (de hecho tiene un pequeño libro en Amazon al respecto, Historia y filosofía de la ciencia: una introducción bibliográfica). Y algo más que quizás él mismo ignore: un día me dijo que si quería escribir mejor tenía que hacer que terceras personas leyesen lo que escribía. Por aquel entonces el Profesor Zamora ya tenía su conocido blog A bordo del Otto Neurath y me alentó a que escribiese mi propia bitácora. Así que me decidí y el 8 de diciembre de 2007 escribía una penosa entrada sin pensar en que luego la cosa se me iría de las manos y mucha gente comenzaría a leer Ciencia en el XXI, que está a punto de cumplir seis años, aunque en otro alojamiento distinto donde empezó. A partir del blog surgieron todo tipo de proyectos, como alguno de mis libros. Se lo debo a mucha gente y, entre ellos, a Jesús Zamora Bonilla.
El homenaje
Hoy Google dedica un Doodle interactivo al 194º aniversario del nacimiento de Jean Bernard Léon Foucault (18 de septiembre de 1819).
El experimento
Como sabéis, Foucault es conocido por la extraordinaria demostración del giro de la Tierra mediante un majestuoso péndulo de 67 metros de largo y 28 kg colgado en la bóveda del Panteón de París. El experimento es bello por su sencillez: el plano de oscilación del péndulo se mantiene constante, como la Tierra gira debajo y nosotros con ella, nos parece que el péndulo cambia de dirección poco a poco. De hecho, el péndulo original de Foucault oscilaba durante seis horas y se desviaba 11º por hora. Un estilete iba dejando una marca en un suelo cubierto de arena, para mostrar cómo giraba. Por desgracia el péndulo se dañó en 2010, pero en el mismo Panteón se exhibe una copia.
La quesera y el cambio de referencia
No todo el mundo puede tener un techo de 67 metros de largo, así que hay que buscar formas de hacer el experimento de un modo más casero. La idea es sencilla: un cambio de referencia. Es decir, en vez de montarte en la Tierra, móntate en el péndulo. Dicho de otra manera, puedes mirar la estación desde el andén o desde el tren. Para ello hay que construir un modelo a escala: un péndulo sobre una plataforma giratoria. Tuve un grupo de alumnas que lo hizo hace varios años y usaron como plataforma una quesera, algo tan original que nunca se me olvidó.
Al hacer oscilar el péndulo y girar la plataforma (quesera), se observa que el plano de oscilación del péndulo no varía. Fuente: iesperemaria.com
Ahora un vídeo, imagina que eres Mafalda…
La tumba
Este verano tuve la inmensa suerte de pasar por el Cementerio de Montmartre (sin quedarme) en París, lógicamente fui a buscar la tumba de Foucault. Murió de esclerosis múltiple el 11 de febrero de 1868.